“El rayo de la justicia”
Armando Ríos Ruiz miércoles 4, Dic 2019Perfiles de México
Armando Ríos Ruiz
Adrián LeBarón no correrá la suerte de Martín Sánchez, protagonista de la novela de Ignacio Manuel Altamirano, desarrollada en Yautepec, Morelos, en la que el guerrerense narra sobre un mítico personaje que acude a hablar con el presidente Benito Juárez, para que lo ayude a combatir y exterminar a la banda de forajidos que opera en la región, dirigida por “El Zarco”, nombre con el que bautizó su obra.
Juárez no sólo se mostró interesado con la vigorosa propuesta, sino que también proveyó al solicitante de armas y le concedió la facultad de colgar y fusilar a los bandoleros. El Presidente lo había dotado “con el rayo de la justicia”.
LeBarón, quien no ha dejado de translucir el dolor y la rabia que lo embargan por el asesinato de sus familiares, mujeres y niños, pidió al Presidente de México que lo arme caballero para “entrarle a los chingadazos”.
Refleja un deseo decidido a dar la batalla, en un campo en el que el gobierno se niega a cumplir con su deber, a pesar de “contar con los medios necesarios” para combatir la delincuencia, de acuerdo con las palabras emitidas después del anuncio hecho por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de declarar narcoterrorismo las acciones de grupos de narcotraficantes.
Con esas palabras recordó la misma petición que Martín Sánchez hizo al Presidente oaxaqueño, quien no sólo concedió el permiso, sino que además alentó al justiciero para que aplicase, sin importar que fuera a su manera, la ley en una zona en donde los bandidos imponían la suya.
Recordó también la historia de los Caballeros Templarios, del Temple o del Templo de Salomón, fundada por Huges de Payns en 1118, con permiso del rey de Jerusalén, Balduino II y que crecería a niveles jamás sospechados, hasta que la voracidad de Felipe el Hermoso, rey de Francia, acabó con la orden, tras perseguirlos con denuedo y mandar al último gran maestre, Jaques de Molay a la hoguera, con el consentimiento del papa Clemente V.
Entre otros juramentos, los monjes guerreros hacían promesa inquebrantable de pelear hasta la muerte y no abandonar la batalla, salvo que el enemigo superara el número de tres contra uno. Se convirtieron en leyenda y aproximadamente 200 años después desaparecieron de escena por la feroz persecución ejercida en contra de ellos.
LeBarón dijo dolido, emocionado, firme: “seguir viviendo como si nada sucediera, es un acto de cobardía infinita y significa ser parte de un suicidio colectivo… Porque cada muerte, lo quieran o no aceptar, es un pedazo de vida que se apaga dentro de nosotros”.
“Matar a mujeres, niños y bebés es un acto despiadado. Es la peor pesadilla para un padre, para una madre, para una familia y para un país. Mi hija y mis nietos ahora son estrellas que viven junto a la luna”, abundó.
Armar a caballeros es un acto de caballeros. De hombres puros, valientes, decididos, con cualidades diferentes por encumbradas, en el arte de la defensa de sus pueblos, de sus hermanos y de su rey. Éste sabía a quién armaba. No a cualquiera. Sí a los dotados de virtudes a toda prueba, de lealtad indudable, esmerada. Él mismo, el rey, marchaba a la cabeza de sus leales y fieles soldados.
Ya que nos gusta la historia, ¿por qué no hacer caso a la petición? ¿A lo mejor en ella va la solución al sufrimiento de un pueblo de más de 100 millones de habitantes, que se siente abandonado a su suerte, porque la política que se practica no da frutos y no los dará nunca, porque las huellas que dejan los abrazos no sirven para escarmentar ni para apartar del mal a nadie.
Los LeBarón manifestaron estar dispuestos a cooperar con la Secretaría de Relaciones Exteriores para conseguir auxilio. “Nos ponemos a la orden para buscar ayuda internacional de países que ya tienen experiencia en crear comunidad y detener el crimen”, señalaron.